En los últimos años se viene hablando frecuentemente de la soberanía alimentaria, un concepto que es -y ha sido- ignorado por los grandes gobiernos y multinacionales; en consecuencia, este término es ignorado por una significativa parte de la sociedad.
La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a definir y controlar sus sistemas alimentarios y de producción de alimentos tanto a nivel local como nacional, de forma equitativa, soberana y respetuosa con el medio ambiente. La soberanía alimentaria es también el derecho de los pueblos a alimentos suficientes, nutritivos, saludables, producidos de forma ecológica y culturalmente adaptados. Quienes producen y consumen los alimentos deben estar en el centro de las políticas, y las economías locales y nacionales deben ser prioritarias.
Tal vez, no seamos conscientes de que diariamente tenemos la ocasión de fomentar o comprometer esta soberanía. Tampoco nos damos cuenta de que la soberanía alimentaria está íntimamente relacionada con la forma de producir alimento
Muchos de los debates que se mantienen en la actualidad se realizan sin tener en cuenta la historia que hay detrás, las causas que han originado los problemas en un primer momento. Este desconocimiento hace confundir a menudo los problemas originales, y también las metas que se deben perseguir.
El origen de la forma de cultivar alimentos se remonta 10.000 años atrás aproximadamente, momento en el que el ser humano comenzó a seleccionar plantas silvestres para su cultivo y mayor aprovechamiento. Curiosamente, esto sucedió de manera relativamente simultánea en diversas partes del planeta. Debido a que los métodos de comunicación y transmisión de información y materias primas eran limitados, cada región fue desarrollando una serie de cultivos y variedades adaptados al clima y suelo correspondientes. Se han llegado a contar unas 80.000 especies vegetales comestibles sumando los cinco continentes, de las cuales 10.000 se han cultivado a lo largo de la historia moderna.
Uno de los grandes cambios en la forma de producir alimentos se origina con el inicio de la revolución industrial, el cual supuso un aumento de la población mundial nunca visto; en menos de tres siglos hemos pasado de 1000 millones de personas a 7.000 millones. Es a partir de 1950 cuando nace la mal llamada Revolución Verde (de verde no tiene nada). Las grandes empresas (muchas de ellas venidas del sector armamentístico de las guerras mundiales) comienzan a declarar que las variedades y métodos tradicionales de cultivo no son suficientemente productivos para abastecer a toda la población mundial. Es decir, comienza un método de producción que se declara a sí mismo como solución del hambre en el mundo. Este método, que explicaremos en otro artículo, se basa en buscar la mayor productividad posible a partir de la aplicación de productos de síntesis química como abonos, pesticidas y herbicidas.
Se nos ha dicho -y con el hambre no se juega- que es imposible alimentar a la población mundial sin usar fertilizantes de síntesis química. Se nos ha dicho que es imprescindible emplear venenos para matar a todo animal o planta que se pueda alimentar de los cultivos. Ahora se nos dice que sin los cultivos transgénicos el hambre en el mundo se dispararía. Pero, ¿cuál es el resultado de estas prácticas? ¿hemos ido a mejor o a peor? ¿hemos terminado con el problema del hambre en el mundo?
Analicemos por un momento la situación actual. De las 7.000 millones de personas que viven en estos momentos 1.000 millones se encuentran en estado de desnutrición, 1.000 millones carecen de los micronutrientes necesarios para una salud adecuada (mal nutrición) y 1.300 millones tienen serios problemas de salud en relación a la obesidad. Las otras 3.0000 millones de personas se alimentan de productos que, al requerir el uso de venenos, matan al año a más de 300.000 campesinas y campesinos como consecuencia de entrar en contacto directo con estos venenos a la hora de aplicarlos a sus campos. ¿Somos capaces de consentir y financiar este método? ¿De verdad creemos que si los pesticidas provocan la muerte de 300.000 personas al año no van a ser tóxicos para el consumo?
La producción de alimentos ha sido acaparada por unas pocas empresas. Concretamente son diez las empresas que controlan el 82% de las semillas que se comercializan y emplean en el mundo. Y curiosamente esas 10 empresas son quienes controlan el mercado de agroquímicos (venenos) que se comercializan y emplean en los campos. Rizando el rizo, la empresa Bayer (incluida en este selecto grupo) también es líder en la producción de medicamentos.
Estas empresas no consiguen beneficios si los pueblos generan y usan sus propias semillas, la historia viva de lo que 10.000 años de generaciones han cuidado y mejorado con paciencia y trabajo. Por ello, de las 10.000 especies cultivadas a lo largo de la historia, actualmente se cultivan 200, de las cuales 4 representan el 60% de los alimentos consumidos (maíz, patata, trigo y arroz).
Estamos acostumbrados a acudir al supermercado y comprar verduras y otros alimentos desligados del camino que les ha llevado hasta nuestro plato. Hemos olvidado que en las semillas están acumuladas todas las bases de la alimentación humana, toda la memoria de las plantas para poder crecer en nuestro entorno y alimentarnos. Ahora mismo los agricultores tienen prohibido comerciar con semillas, únicamente las grandes empresas pueden vender semillas que han patentado ¿cómo podemos aceptar como sociedad que una semilla sea propiedad de nadie?
Los cambios climáticos globales que se vienen registrando en los últimos años anuncian un aumento de las sequías, una mayor desertización (hasta un 80% de la península ibérica podría convertirse en un desierto; según datos del Ministerio de Medio Ambiente), mayor salinidad para cultivos cercanos a la costa y una reducción de 12.000 millones de hectáreas al año de tierra cultivable debido a la degradación de la tierra que genera la agricultura moderna.
Ante esta dramática situación ¿qué podemos hacer como grupo, como individuo? ¿vamos a seguir confiando en que los métodos que nos han traído hasta esta situación solucionen el problema? En un artículo próximo se analizará con detalle; la agricultura actual no domina la producción de alimentos por ser más productiva o eficiente, sino porque genera mucho dinero a unas pocas empresas.
¿Qué podemos hacer?
Existe un hecho del que no parecemos darnos cuenta en nuestro día a día: cada vez que sacamos dinero de la cartera estamos eligiendo un modelo de sociedad, estamos financiando unos métodos y limitando otros. Se nos ha querido resignar a sentir que “decidimos” votando cada cuatro años cuando estamos eligiendo todos los días y a todas horas. Por otro lado, resulta imposible cambiar esta situación a mejor sin realizar ningún esfuerzo. Nos hemos acostumbrado a ir al supermercado más cercano a cualquier hora del día y elegir cualquier producto. Algunas de las propuestas que se plantean aquí -y no son nuevas- merecen un esfuerzo, conllevan una cierta reducción de la comodidad en los hábitos diarios. Será criterio de cada uno actuar o ignorar esta información. Ahora bien, ya no podemos engañarnos a nosotros mismos argumentando que no lo sabíamos, ya no es válida la excusa de la desinformación.
Consumir productos de cercanía
En los últimos años existen multitud de grupos de consumos accesibles desde cualquier zona mínimamente urbana. Los grupos de consumo realizan pedidos directos a los agricultores y productores locales (no solamente verduras, puede pedirse pan, cereales, huevos…), lo cual evita el incremento del precio de los intermediarios. Ciertamente la verdura no suele salir más barata, pero con estos grupos la diferencia es mucho menor. Debe tenerse en cuenta que lo importante no es la cantidad de pimiento que uno pueda comprar a buen precio, sino las propiedades nutritivas que éste tenga; de nada sirve comprar el pimiento más barato si no nos alimenta, y son diversas las investigaciones que avalan que los alimentos producidos por la agricultura convencional son significativamente menos nutritivos en vitaminas y minerales que los de origen ecológico. Por otro lado, nos aseguramos de que lo que comemos no contiene ninguno de los múltiples venenos (pesticidas, herbicidas y fertilizantes de síntesis química) que se emplean en el sistema convencional y de que no somos cómplices de la barbarie que supone para la salud de los agricultores y ecosistemas -esos de los que dependemos nosotros y las generaciones futuras- el uso de venenos y fertilizantes químicos.
Acudir a grupos de consumo conlleva la “incomodidad” de tener un horario de recogida y no siempre poder elegir las verduras que uno tiene para esa semana, ya que serán de temporada, las que se pueden cultivar en esa época del año; a cambio, empoderamos a los agricultores locales y reducimos la dependencia de alimentos que tienen que recorrer miles de kilómetros para llegar a nuestro plato.
El consumo de carne
Aunque el consumo de alimentos de origen animal no tendría por qué estar, a priori, relacionado con la soberanía alimentaria, el funcionamiento del sistema así lo procura. Actualmente, cerca del 60% del grano que se produce a nivel mundial se destina para alimentar al ganado. Esto genera que muchas regiones dediquen sus tierras y esfuerzos a producir alimento para animales que se encuentran a menudo en otros países, impidiendo de esta manera que cada país cultive lo necesario para alimentarse (Argentina y Brasil, con sus inmensas producciones de soja, son ejemplos representativos)
Según cifras de las FAO, se requieren 15.000 litros de agua para producir un kilogramo de carne (incluyendo todo el proceso, no solamente el consumo del animal); para la misma cantidad de patatas se requieren unos 130 litros, y 1.400 litros para el trigo. No cabe duda de que el acceso a tierra y agua supone un elemento esencial para la autonomía de una región. El consumo de carne (y productos de origen vegetal) en la actualidad es sencillamente insostenible, pues son necesarias demasiadas hectáreas de cultivo para alimentar a tantos animales. El proceso es demasiado ineficiente y genera hambre en aquellos lugares donde se cultiva su alimento.
Empresas que dominan la producción de alimentos
Si hay un elemento que distingue el modelo de mercado actual es la competitividad; este concepto que tanto se nos promociona conlleva inevitablemente la existencia de alguien que gana (mucho dinero) y alguien que pierde (normalmente se arruina). El capitalismo en el que vivimos no contempla la moderación, y las empresas buscan siempre ocupar el mayor porcentaje de mercado posible, ignorando las necesidades alimentarias del país que “conquista”. Tampoco han mostrado -hasta la fecha- intención de hacer un uso responsable de los recursos naturales de cada región ( mal uso del agua, erosión del suelo, pesticidas etc.),
En el año 2013 Oxfam Internacional publicó un estudio sobre las 10 empresas de alimentación y bebida más influyentes; en este estudio se concluye que esta marcas dominan la gran mayoría del mercado alimenticio del mundo, dominan las leyes para cultivar alimento y por supuesto, dominan los precios, pudiendo arruinar a los agricultores locales de cualquier región.
Comprar productos de estas empresas implica rotundamente negar la autonomía de los agricultores locales (pues no pueden intercambiar sus propias semillas y están sujetos a cambios de precio) y de los pueblos a la hora de alimentarse con los cultivos que crecen en su tierra.
Caminando hacia la utopía
Eduardo Galeano siempre decía que las utopías no existen para ser cumplidas plenamente, más bien se crean para caminar hacia ellas. Basta de justificaciones basadas en el desconocimiento, basta de excusarse diciendo que uno solo no hace un cambio. Cada vez que paguemos por un bien que vayamos a consumir no tenemos por qué pensar que eso vaya a cambiar el mundo instantáneamente, pero no debemos olvidar que ciertos productos, basados en cierta prácticas, están generando pobreza, hambre y miles de muertes al año. Podemos ser cómplices o no serlo. Podemos ser semilla del cambio.
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